ESTRÉS POSTRAUMÁTICOTRASTORNO DE ESTRÉS POSTRAUMÁTICO

Podemos decir que existe una creciente sensación de inseguridad en el mundo occidental debido al aumento de los ataques terroristas, los desastres naturales, los asaltos y robos violentos, la violencia de género, etc. Ello origina que los trastornos traumáticos tengan una incidencia cada vez mayor y representen un problema para la salud pública muy importante.

El trastorno de estrés postraumático (en adelante, lo llamaremos TEPT) es un término que se acuño en el siglo XX y la mayor cantidad de descripciones clínicas del cuadro también. Sin embargo, podemos encontrar ya referencias en la Grecia clásica. Hipócrates menciona pesadillas relacionadas con los combates en soldados sobrevivientes a ciertas batallas y Heródoto da cuenta en su tratado sobre la historia de los síntomas que presentaban soldados que habían participado en la batalla de Maratón.

Sin embargo, fueron las consecuencias de la Guerra de Vietnam (1964-1973), que dejó 700.000 afectados psicológicos, la que lanzó la investigación y constituyó uno de los factores importantes para que la Asociación Psiquiátrica Americana incluyera al TEPT como una de las patologías en el DSM-III de 1980.

El término TEPT engloba dos aspectos bien definidos: por una parte una respuesta de estrés que es patológica, y por otra el trauma.

El DSM IV ha modificado el criterio del estresador del TEPT, de manera que ya no constituye una exigencia el hecho de que el evento se encuentre fuera del marco habitual de las experiencias humanas, siendo suficiente y necesario que la persona haya experimentado, presenciado o le hayan explicado uno o más acontecimientos caracterizados por muertes o amenazas para su integridad física o la de los demás, y hay respondido con temor, desesperanza y horror intensos.

El TEPT presenta tres tipos de síntomas: intrusivos, de evitación e hiperexcitabilidad. Y tres tipos evolutivos: la forma aguda que comienza durante los tres primeros meses tras el evento, la forma crónica que dura seis o más meses y la forma retardada que aparece al menos seis meses después del trauma. Algunas formas son atípicas. Cuando la duración del trastorno es inferior a un mes, debe codificarse como trastorno por estrés agudo.

Según Cia (2001), los factores que influencian el riesgo de sufrir un TEPT, a consecuencia de una exposición traumática pueden diferenciarse en:

a- Pretaumáticos:

– Género: Las mujeres presentan el doble de posibilidades de desarrollar un TEPT, respecto a los hombres.

– Edad: adultos jóvenes. Menores de 25 años.

– Educación: sujetos de educación terciaria

– Traumas infantiles: aquellos que experimentaban abuso sexual o físico infantil.

– Exposición previa a traumas: en forma de accidentes graves, abuso, maltrato, violación, migraciones forzadas, etc.

– Trastorno psiquiátrico preexistente: de cualquier clase.

– Vulnerabilidad genética: Es discutible y da lugar a confusiones.

– Antecedentes personales en la adultez.

– Eventos vitales adversos: divorcio, desocupación, muertes recientes, bancarrota.

– Salud física deteriorada.

– Historia familiar de trastornos psiquiátricos.

b- Peritraumáticos: Los cuales implican las características del evento (individual, grupal, accidental o provocado) entre los cuales se encuentran:

– Severidad o dosis del trauma: a mayor magnitud de la exposición traumática, mayor es la posibilidad de desarrollar un TEPT. Los traumas más severos, frecuentemente, incluyen la percepción de que la vida se encuentra amenazada o existe la posibilidad de sufrir lesiones graves.

– Naturaleza del trauma: La violencia personal en forma de asaltos, torturas o violaciones, en las cuales hay un agresor humano, es mucho más probable que generen TEPT que un evento impersonal (desastre natural).

– Participación en atrocidades: como agresor, testigo o víctima de las mismas.

c- Postraumáticos. Los podemos dividir en:

– Pobre apoyo social y familiar.

– Reacción inmediata postrauma: Como la disociación peritraumática, la activación fisiológica o síntomas evitativos tempranos se encuentran bajo investigación como posibles factores de riesgo para el TEPT.

Cías propone además otra forma de clasificar los factores de riesgo:

Factores referidos al trauma. Se han realizado diferentes estudios que confirman este extremo. Por ejemplo, se ha visto como los traumas intencionalmente provocados por el hombre confieren un riesgo mayor que los accidentes o desastres naturales. En general, la magnitud de los sucesos traumáticos, así como su repetición en el tiempo, constituyen elementos críticos.

Factores referidos al sujeto que lo padece. En diferentes estudios, se han encontrado una serie de antecedentes que predisponen al desarrollo de la enfermedad: una historia familiar con ansiedad, una historia personal con conflictos neuróticos y problemas de conducta, una historia de tratamientos por conflictos psicológicos, separación temprana de padres o comportamiento antisocial. Todos estos factores predijeron, de manera significativa, el desarrollo del TEPT, luego de la exposición a un agente estresante.

El DSM IV identificó cinco grupos de acontecimientos traumáticos: muerte, amenaza de muerte, graves lesiones, amenaza a la propia integridad y amenaza a la integridad de otras personas.

Las dos características más importantes son la severidad y la duración. Así por ejemplo, la experiencia en un campo de concentración y la violación se consideran situaciones de mayor riesgo para producir un TEPT crónico que la experiencia de combate o el haber sufrido un accidente de tráfico.

Las crueldades humanas graban en la memoria de sus víctimas un patrón que las hace mirar con miedo cualquier cosa vagamente similar al asalto mismo. La huella que el horror deja en la memoria y la consecuente actitud de hipervigilancia puede durar toda la vida, como se descubrió en un estudio llevado a cabo entre los sobrevivientes del holocausto nazi. Los atormentadores recuerdos seguían vivos, pensaban a diario sobre la tragedia vivida, tenían pesadillas y temores, de ahí que un sobreviviente afirmara “Si uno ha estado en Auschwitz y no tiene pesadillas, no es normal”.

Se debe acompañar a las víctimas en un doble proceso: Por una parte, abandonar el embotamiento, situación que los lleva, casi inevitablemente, a revivir el terror, la vergüenza y la rabia; por la otra, abandonar la sumisión a través de una revisión crítica de las distorsiones cognitivas que la misma implica, siguiendo habitualmente un guion propuesto por los victimarios. El proceso terapéutico, es pues una lucha agotadora a través de la cual la experiencia traumática de violencia, tiene posibilidades de ser recontextualizada y rehistorizada. Así, la desconfianza, la vergüenza, la culpa, la autodesvalorización dejan lugar al restablecimiento de la autoestima y a través de la indignación, a la recuperación de la dignidad.

 

J.C.P.

INUPSI